Al comienzo, para Guillermo, su casa ejemplificaba muy bien lo que se esperaba de él: serenidad, solidez, cultura. Pronto notó que sus planes no funcionaban. El barrio se llenó de gente que ejemplificaba muy bien lo que el no conocía: la familia amplia, el campo, la alegría. Se hizo amigo de sus vecinos, pero hubo quienes se opusieron. Por mucho tiempo, junto a la casa de Guillermo, se construyó un fortín que atemorizaba a los niños. Pasaron los años y los hijos de Guillermo seguían viviendo en su casa, el barrio se había convertido en una gran fábrica de llantas. Guillermo nunca supo de esa ocupación, ni tampoco supieron sus hijos. Estaban desubicados. El fortín fue ocupado por una familia de gente agradable que en aquellas casas/cajas de fósforos encontró la forma de ubicar tres carros y una oficina. Para cuando Guillermo llegó a la edad dorada su casa ejemplificaba el conflicto de lo que había sido la mal llamada clase media quiteña: un monumento a una cultura que desaparecía, en medio de una fábrica de llantas.
truly gómez
05/31/11
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